CUENTO: Otras muertes, otros mundos, por Marcelo C. Cardo

Él es conocido por varios nombres: Moros, Paria, el Vagabundo, el Observador y es solamente testigo de los ciclos inevitables de la vida y de la muerte.



El Universo, como la química, se rige por el mismo principio: Nada se pierde. Todo se transforma. Algunos mundos surgen, otros sucumben. No existe nada nuevo, todo es lo mismo. Para que algo nazca, algo tiene que morir. Este postulado se aplica, también, a los cuerpos celestes. La relación es uno a uno.

Mientras nacía la Tierra, en otra parte de la galaxia un planeta fenecía para darle su lugar.

La aparición de una nueva estrella en el firmamento suele ser señal de advenimiento. Aunque esta “novedad”, este nacimiento, sea en realidad la imagen proyectada en el espacio de algo que hace tiempo ha desaparecido.

El astro gemelo de la Tierra sólo puede ser visto desde su contraparte en dos momentos, que poseen un significado opuesto: el primero de esperanza y el segundo de aniquilación.

Ese primer avistamiento fue el que me transportó aquí.

Me conocen con varios nombres: Moros, Paria, el Vagabundo, el Observador... Y mi misión es ser un mero testigo.

Si bien hace muchos eones paladeé el néctar de la vida, hoy no recuerdo su sabor. Todo me es insípido.

El Tiempo ya no recorre mis venas, ni cabe en mi memoria la época en que estuvimos familiarizados. Y, aunque estoy alejado de él más que nadie, es mi eterno compañero de ruta.

Éste es mi karma, mi maldición. El precio que pago por la sabiduría infinita. No pertenezco a ningún lugar pero estoy en todos. Mirando… observando… asimilando.

¿Quién o qué me recreó?

¿Para quién trabajo?

Ésas no son preguntas que me haga. No tienen razón de ser.

Yo soy. Yo estoy. Y lo más importante: conozco mi misión. Lo demás es circunstancial.


La señal en el cielo, hoy, por primera vez, se dejó ver.

Es el principio del fin.

El poder magnético de ese reflejo comienza a sentirse. Las catástrofes se acercan a pasos agigantados.

Síntomas de locura se dejan ver en los animales superiores, esos que dicen llamarse humanos.

La biosfera ya se rebeló.

El telón en esta obra de teatro cósmica comienza a bajarse.

El segundo advenimiento se avecina al igual que mi próximo destino.


Mi ocupación es ser un simple espectador de estos sucesos. Mi desplazamiento a otro mundo es ineludible.

Muerte, acá me despido hasta la próxima ocasión. Tiempo, prepárate; después de este descanso, nuestro viaje a través de este espejo que es el Universo continúa hoy.



© 2007 Marcelo C. Cardo
© 2007 William Trabacilo (primera ilustración)
© 2007 Jorge Vilá (segunda ilustración)

Esta obra se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Conversación en la Forja

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